Veto al salariazo: un triunfo de la lucha popular

Declaración del Partido Frente Amplio

El anuncio de la presidenta Laura Chinchilla de que vetará el “salariazo diputadil” es un triunfo de nuestro pueblo, que cada día se viene manifestando con mayor intensidad e indignación contra esta acción corrupta de los diputados y diputadas de los partidos Liberación Nacional, Movimiento Libertario, Unidad Social Cristiana, Renovación Costarricense y Restauración Nacional.

Hay que recordar que fue el Gobierno el que dio luz verde al salariazo. El ministro de la Presidencia, Marcos Vargas, antes de que el proyecto empezara a ser discutido en el parlamento, dijo a los medios de comunicación que la Administración Chinchilla estaba totalmente de acuerdo.

Por eso desde el Frente Amplio decimos que es un triunfo del movimiento popular.

El veto anunciado ahora, se da después de la lucha desplegada en el parlamento por el Frente Amplio y el Partido Acción Ciudadana y en la sociedad por decenas de miles de ciudadanos a través de diversos medios, calle incluida. Hasta los grandes medios comerciales, con la vergonzosa línea editorial de La Nación como excepción, tuvieron que reflejar el rechazo masivo de nuestro pueblo al salariazo.

El Frente Amplio felicita al diputado José María Villalta por su honesta, lúcida y valiente lucha en contra de este asalto a la decencia y al erario. Felicitamos también a las diputadas y diputados del Partido Acción Ciudadana. Felicitamos a nuestros compatriotas, a la militancia frenteamplista, a las organizaciones populares y a la ciudadanía consciente, que desde el primer momento se movilizaron para derrotar a los vendepatrias.

Es un triunfo de la ética, de la dignidad, del honor.

Sabemos a quienes tenemos enfrente. No podemos bajar la guardia.

Esperamos que la Sala IV declare inconstitucional el proyecto aprobado en el primer debate, pero hay que mantenerse en vigilia permanente, pues la presidenta Chinchilla podría dar marcha atrás si recibe la presión de su fracción legislativa y de sus aliados.

De momento el bloque Li-Li ( Liberación y Libertarios), así como sus cirineos del PUSC, Renovación y Restauración, con las preocupantes y criticables vacilaciones del PASE, recibe su primera derrota. Las fuerzas de la decencia y de la justicia, pueden derrotar a esas mayorías filibusteras que se forman en la Asamblea Legislativa.

La lucha continúa, la unidad y la movilización nos darán nuevas victorias.

Comité Ejecutivo Nacional
Partido Frente Amplio

2 comentarios
  1. Gracias

  2. El mundo está mal. Nuestras sociedades sufren dificultades y crisis de distinta naturaleza, que hacen imprescindible reconocer sus causas. Sin embargo,en lugar de ello, se nos quiere hacer creer que en este mundo hay dos tipos de seres humanos: los buenos y los malos. Que todo anda mal culpa de los malos, si los matamos,o los encerramos el mundo volverá a la normalidad, y todos los costarricenses seremos felices y viviremos en paz. ¿Es cierta esta fábula de la prensa monopólica trasnacional?
    Recordemos que, tras el triunfo del capitalismo en la Guerra Fría, su modelo económico estableció la competencia económica sin límites, dominada por violentos flujos financieros de origen lícito e ilícito, que arrollaron a las legislaciones previas. Las concentraciones financieras privadas resultantes de ese proceso son superiores a las economías de cientos de Estados nacionales. Un puñado de personas poseen más de la mitad de la riqueza del planeta. Y esto, además de injusto, es obsceno.
    El efecto social del modelo capitalista global y sus cambios tecnológicos resultó pavoroso, pues reemplazó una era de estabilidad laboral por la desocupación masiva, los empleos precarios y el fin de los derechos laborales. Millones de personas quedaron libradas a su suerte, conformando una masa que en el futuro sólo obtendrán trabajo precario o informal, con ingresos ocasionales de subsistencia, sin retorno al sistema, sin poder programar un futuro. Esto es, por cierto, una inseguridad existencial, que afecta todos los aspectos de la vida privada y colectiva. Como resultado, el porcentaje de personas que participan, realmente, de la vida económica, social y cultural del planeta, en condiciones cualitativas propias de este siglo,es cada vez más exigua.
    El grupo de poder que comanda estos sistemas de exclusión es un segmento social mínimo, pero que impone al resto de la sociedad sus pautas morales, culturales, políticas y económicas, estableciendo su lógica de la realidad, que se reproduce constantemente en las noticias, las leyes y los usos culturales. La declinación del modelo de desarrollo económico, social y humano previo, y la ausencia de un proyecto alternativo es evidente. Pero a los políticos no les interesa, sobre todo a aquellos politicos que forman parte de esa minoria que controla los medios. En el medio quedamos nosotros,los que queremos un cambio, en la tierra de nadie, cruzados por fuego amigo y enemigo.
    Según los neoliberales, invertir en asistencia social, o sea, en hospitales, escuelas o políticas públicas para los desprotegidos, es un despilfarro, “una inversión no productiva”. Total, los excluidos no tienen, para ellos, utilidad económica, ni son aptos para el consumo. Esta lógica neoliberal instaló una visión insensible, cruel e injusta de la existencia y, en definitiva, suicida para la preservación de la especie y de la democracia. Pero eso sí, pretende asegurar su tranquilidad a como de lugar, para defender los nichos de privilegio en medio de un mar de miseria, degradación y violencia.
    La utopía de la seguridad es una utopía negativa, indiferente por la suerte del planeta y sus habitantes. Los privilegiados por la concentración de la riqueza pretenden gozar de sus beneficios de manera idílica y hedonista en sus yates, campos de golf y barrios privados, desentendiéndose del deterioro social que se multiplica a su alrededor; están convencidos de que sus privilegios son algo así como un derecho divino, y eso explica el tipo de políticas de contención que propician.
    Estos pocos datos nos demuestran que todo intento de interpretar la inseguridad o las políticas que nuestros gobiernos siguen sin un análisis socioeconómico de referencia, resultará incompleto o errado.

    A partir de 1990, nuestros gobiernos se ocuparon de desmontar las estructuras estatales, concediendo garantías jurídicas nunca vistas a los inversores internacionales, presuntos salvadores de la sociedad. Sin partidos ni representantes confiables, sin Estados capaces de trazar políticas autónomas, manchados por la corrupción y la impunidad más escandalosas, la credibilidad de “los representantes del pueblo” provocó apatía y escepticismo. Así, se instaló una desconfianza permanente hacia los funcionarios de los tres Poderes del Estado, con la convicción generalizada que allí cohabitan mafias, interesadas en sus beneficios, privilegios y sobornos.

    La inoperancia de los Poderes públicos en nuestra periferia fue siendo cuestionada por protestas populares espontáneas, para interpelar a las autoridades. Por su parte, los administradores de los Estados débiles y cuestionados que nos dejó la langosta neoliberal,impotentes para satisfacer las urgencias de los reclamos populares, desarrollaron la táctica de adherir lisa y llanamente los reclamos, para cooptarlos, desviando la atención hacia chivos expiatorios, como la justicia, exhibiendo una fácil “ solidaridad con el sentir ciudadano”.
    La mayoría de esas operaciones de auto-legitimación de los gobiernos, mediante solidaridades y medidas improvisadas, acontecen en plena decadencia de los valores solidarios de hace unas décadas, abriendo camino al “sentido común” de reclamos estrafalarios, irracionales y cruentos para derrotar al mal. En realidad, a nuestras sociedades se les quitaron las pocas seguridades con las que contaban, sumiéndolas en la confusión y la inestabilidad. Ahora somos “sociedades de riesgo” en todos los aspectos de la vida social. Cada día, al levantarnos, tememos por la estabilidad del trabajo, el alcance del salario, la permanencia de los hijos en sus colegios, la agresividad en las relaciones personales, nuestros conflictos psicológicos propios, la mala calidad de la enseñanza, el caos del tránsito, los ahorros depositados en bancos que pueden quebrar, la polución ambiental, el cambio climático, etcétera. Y hablo de quienes todavía tienen algo que perder, sin ponerme en el lugar terrible de los que, al levantarse, no tienen un gallo pinto, ni un pan para el desayuno, y saldrán a las calles – si es que no han dormido allí – a ver qué encuentran para seguir tirando. Aunque no seamos esos desdichados, podemos conocerlos en la miseria y la marginación que hoy ensombrece a San José, y al resto del país.
    Ahora bien, ¿de cuáles inseguridades hablamos? ¿De la de quienes aún conservan su posición confortable, o de la de los que vegetan por las calles sin pan para el desayuno? Me parece que hay inseguridades distintas. Una minoría integrada sólo sufre algunas, mientras que la gran mayoría del pueblo las sufre a casi todas. Parece poco realista, entonces, que los menos, los que llevan la buena vida, vendan sus temores a la sociedad, como si fuesen comunes a todos. Ese clamor contra la inseguridad parcializa el concepto, ocultando una buena parte de los fenómenos que implica. El uso sesgado de “la inseguridad” consagra la convicción de que el único factor que impide vivir normalmente son los delincuentes, olvidando la destrucción de las redes sociales, la decadencia de las clases medias, el relajamiento de los vínculos solidarios, familiares, sociales, políticos y sindicales, el caos cultural. Casualmente, esas circunstancias son las que contribuyen en medida sustancial al aumento real y psicológico de la vulnerabilidad, soledad e indefensión de millones de personas.Por su parte, los medios de comunicación exacerban esos sentimientos, propalando constantemente que la seguridad de las posesiones y de la vida están en peligro y que “nadie” puede sentirse seguro en “ninguna parte”. Se canalizan así, a través del miedo a los otros, numerosas insatisfacciones colectivas, resumidas en una sola, obsesiva, que desborda en proyecciones emocionales, prestas a aplaudir cualquier exceso, justificándolo por la (presunta e insoportable) condición de corderos indefensos, a los que el Estado no brinda protección ni presta interés.Esta mal Costa Rica. No se engañen los promotores de la mano dura: lo que está fallando no son las leyes y los jueces, sino la sociedad atomizada y contradictoria en la que se tienen que desenvolver. Hoy parece que algunos sectores cambiaron de opinión, y creen que mediante la intolerancia, la dureza, el recorte de garantías y la presión sobre los jueces recuperarán aquél país de ensueño, donde todos podían andar tranquilos por la calle. Se trata, está claro, de una ilusión. Aquél país, aquél mundo, ya no existen. Ahora estamos en otro contexto, enfrentando problemas diferentes. No coloquemos el buey detrás de la carreta, buscando soluciones en lo que es parte del problema. Es preciso defender a todo trance la institucionalidad costarricense, que tan buen nombre tiene en todo el mundo y por la cual, siendo tan pequeñitos en lo geográfico, nos ubicaron como gigantes entre las democracias de América Latina.Recordemos en qué terminaron las sociedades del orden perfecto en Alemania,Italia, España, Rusia o Argentina. Bajo sus dictaduras atroces se ofrecía “seguridad” a la ciudadanía, mientras se asesinaba gente a escalas industriales. Por último, debemos saber abrirnos a las preocupaciones sociales, para interpretarlas y transmitir mejor nuestros puntos de vista.
    Por cierto, la batalla contra los que defienden este sistema cada vez más en decadencia es muy desfavorable, porque quienes tienen poder no buscan conocimientos, sino argumentos para reforzar su poder. Y tienen, además, a su disposición a las cadenas monopólicas de medios de comunicación, que repiten cualquier tontería hasta transformarla en convicción generalizada, aprovechando el deterioro cultural de nuestros pueblos, intoxicados de televisión, entretenimientos y mensajes superficiales .
    Los cambios globales generalizaron la convicción impaciente de que los problemas sociales se resuelven rápida y pragmáticamente, para que “dejen de molestar”. Se pretende que las soluciones lleguen como por medio de un control remoto, sustituyendo la realidad desagradable con “programas más entretenidos”.
    Invierto la carga de la prueba: ¿Por qué no rinden cuenta de lo que lograron con estas medidas? ¿Alcanzaron su ansiada seguridad? Me temo que, con su reciedumbre legal apenas deterioraron más al Estado, haciéndolo funcionar peor de lo que podía hacerlo.

    Saludos Cordiales y nunca olvido las palabras de Don José Merino La Lucha Continúa…
    MARCO ANTONIO MORA MORA

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